Notas
Opinión de Ernesto Morosini sobre «La mano que piensa»
La mano que piensa. Sabiduría existencial y corporal en la arquitectura
Hay libros que uno no lee con los ojos, sino con las yemas de los dedos. La mano que piensa, del arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa, es uno de esos libros que se acarician más que se subrayan. En sus páginas no hay planos ni renders espectaculares, ni el típico desfile de edificios famosísimos con leyendas autocelebratorias. No. Aquí el asunto va más hondo: se trata de pensar con el cuerpo, de recordar que el conocimiento no se reduce al teclado, ni a la punta del lápiz, ni al ruidito seco del mouse sobre la mesa. Que el pensamiento se forma también en el gesto, en la presión del grafito, en el temblor del trazo, en la mirada que se detiene… y que el dibujo es una forma de pensar que no necesita palabras, «porque solo el saber corporal divorciado de la atención consciente parece ser útil en el trabajo creativo», indica Pallasmaa.
Pallasmaa escribe sobre la arquitectura, sí, pero en realidad habla de la vida sensorial: del peso de las cosas, de la rugosidad del mundo y del olvido contemporáneo del cuerpo. La mano que piensa no es una metáfora, sino una invitación para reflexionar sobre el profundo sentido del proceso creativo**,** y, al mismo tiempo, nos hace recordar que la inteligencia no solo se encuentra en el cerebro. Que la arquitectura, la real, no es un espectáculo visual, sino una experiencia encarnada. Que el conocimiento técnico sin tacto humano es puro adorno, «la arquitectura es también un producto de la mano que sabe», señala el autor. Y ese saber no se aprende ni en los libros ni frente a una pantalla: se cultiva en la repetición, en el error, en cómo nos relacionamos con los materiales de dibujo. Se forma en la piel que toca, en la mente que se demora, en la mirada que no busca impresionar, sino comprender. Actualmente, donde lo digital devora a pasos agigantados el proceso creativo, Pallasmaa nos dice que todo pensamiento verdaderamente profundo pasa, de algún modo, por nuestros dedos.
Confieso que al leerlo, me vi a mí mismo —a nosotros mismos— como víctimas de una época que prefiere el render al boceto, la velocidad de un procesador al contacto del lápiz en el papel, el diseño al silencio. Pero también me vi como posibilidad: como alguien que aún puede recuperar esa conciencia táctil, ese tiempo lento del pensamiento manual, ese diálogo íntimo entre mano y materia.
Los que ya llevamos más tiempo en esto, tal vez ya no dibujamos como antes, pero es difícil olvidar cómo se siente. Se mantiene fijo en la memoria aquella vibración del trazo, el olor de la tinta, la pausa necesaria para dejarla secar y también para pensar antes de dibujar una línea. Volver al dibujo no es nostalgia: es resistencia. De cierto modo, es no dejar que lo esencial se disuelva en la velocidad de nuestra prisa.
Es un libro que me reconcilia con lo que amo de la arquitectura y con lo que amo del dibujo. Lo recomiendo para quienes alguna vez han sentido que su mejor idea nació en el margen de una hoja, mientras la mano garabateaba con tinta, sin permiso del cerebro.
Opinión de Ernesto Morosini sobre el libro de Juhani Pallasmaa
186 páginas
Editorial Gustavo Gili.
